Me
encanta pasarme horas y horas leyéndome un libro. Me gusta la sensación de “enfrascamiento”
que me produce. Esos fines de semana maratonianos de lectura puramente
placentera. Este fin de semana me he enfrascado en un libro de adolescentes que
mis alumnos de 2º de la ESO debían leer para el examen de lectura. Me lo dejó su
profesora de lengua y, a pesar de que el tema es un tanto banal, luego resulta
que engancha. Y así me he pasado desde
el viernes, leyendo en la sala de profesores, en el sofá, en la cama, con la
manta, recostada…
En
esas estaba leyendo cuando me he mirado la mano con extrañeza. Que raro, una
mano normal y corriente con su piel ni seca ni hidratada, con el color de piel
que caracteriza el resto de mi cuerpo. Pero, no he podido dejar de mirarla,
sobre todo la zona de mi dedo pulgar. Había algo extraño y no sabía muy bien
que era. He cerrado el libro. He puesto la mano bajo la luz de la lámpara y he caído
en la cuenta. ¡Mi cicatriz! ¿Dónde está mi cicatriz? No podía salir de mi
asombro. ¡Había desaparecido! Me he mirado los dos pulgares. Los he revisado de
arriba abajo por si me había confundido de mano, pero no. En ningún pulgar
tenía cicatriz.
Entonces
me he dado cuenta de lo que pasaba y sólo he podido sonreír. He pensado en
levantarme de golpe del sillón para contárselo a Chema que estaba en la ducha,
pero debido a mi falta de movilidad, me ha parecido demasiada maniobra y he
cogido el portátil que estaba más a mano para escribirlo.
Lo
que ha pasado es que esa cicatriz que he estado buscando no ha existido jamás.
Jamás en mis manos, pero si en la de Chema. En su pulgar derecho. Se la hizo
mientras, en un viaje a Cuenca (no se si a la ida o a la vuelta) se iba
chupando el dedo cuando tuvieron un pequeño accidente. Y ahí está, una marca
personal para toda la vida. Una cicatriz con historia. Y tan mía es su historia
que hasta había hecho mía su propia cicatriz.
Que lapsus
más curioso. Que sensación más reconfortante. Me gusta sentirme parte de ti
hasta el punto de llegar a sentirme confusa y descolocada mientras miro mi mano
con la boca abierta. Sí que es cierto, en algún momento nos hicimos uno. “Garban”
da buena fe de esto que digo. Y me resulta difícil no tararear una de nuestras
canciones favoritas que dice así:
¿Dónde
termina tu cuerpo y empieza el mío?
A veces me cuesta decir.
Siento tu calor, siento tu frío,
me siento vacío si no estoy dentro de tí.
¿Cuánto de esto es amor? ¿Cuánto es deseo?
¿Se pueden, o no, separar?
Si desde el corazón a los dedos
no hay nada en mi cuerpo que no hagas vibrar.
¿Qué tendrá de real
esta locura?
¿Quien nos asegura
que esto es normal?
Y no me importa contarte
que ya perdí la mesura
que ya colgué mi armadura en tu portal.
Donde termina tu cuerpo y empieza el cielo
no cabe ni un rayo de luz.
¿Que fue que nos unió en un mismo vuelo?
¿Los mismos anhelos?
¿Tal vez la misma cruz?
¿Quien tiene razón?
¿quien está errado?
¿Quien no habrá dudado
de su corazón?
Yo sólo quiero que sepas:
no estoy aquí de visita,
y es para ti que está escrita esta canción
A veces me cuesta decir.
Siento tu calor, siento tu frío,
me siento vacío si no estoy dentro de tí.
¿Cuánto de esto es amor? ¿Cuánto es deseo?
¿Se pueden, o no, separar?
Si desde el corazón a los dedos
no hay nada en mi cuerpo que no hagas vibrar.
¿Qué tendrá de real
esta locura?
¿Quien nos asegura
que esto es normal?
Y no me importa contarte
que ya perdí la mesura
que ya colgué mi armadura en tu portal.
Donde termina tu cuerpo y empieza el cielo
no cabe ni un rayo de luz.
¿Que fue que nos unió en un mismo vuelo?
¿Los mismos anhelos?
¿Tal vez la misma cruz?
¿Quien tiene razón?
¿quien está errado?
¿Quien no habrá dudado
de su corazón?
Yo sólo quiero que sepas:
no estoy aquí de visita,
y es para ti que está escrita esta canción
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