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domingo, 9 de diciembre de 2012

LA LLUVIA EN PARÍS.... Y TÚ



Me encanta pasarme horas y horas leyéndome un libro. Me gusta la sensación de “enfrascamiento” que me produce. Esos fines de semana maratonianos de lectura puramente placentera. Este fin de semana me he enfrascado en un libro de adolescentes que mis alumnos de 2º de la ESO debían leer para el examen de lectura. Me lo dejó su profesora de lengua y, a pesar de que el tema es un tanto banal, luego resulta que engancha.  Y así me he pasado desde el viernes, leyendo en la sala de profesores, en el sofá, en la cama, con la manta, recostada…
En esas estaba leyendo cuando me he mirado la mano con extrañeza. Que raro, una mano normal y corriente con su piel ni seca ni hidratada, con el color de piel que caracteriza el resto de mi cuerpo. Pero, no he podido dejar de mirarla, sobre todo la zona de mi dedo pulgar. Había algo extraño y no sabía muy bien que era. He cerrado el libro. He puesto la mano bajo la luz de la lámpara y he caído en la cuenta. ¡Mi cicatriz! ¿Dónde está mi cicatriz? No podía salir de mi asombro. ¡Había desaparecido! Me he mirado los dos pulgares. Los he revisado de arriba abajo por si me había confundido de mano, pero no. En ningún pulgar tenía cicatriz.
Entonces me he dado cuenta de lo que pasaba y sólo he podido sonreír. He pensado en levantarme de golpe del sillón para contárselo a Chema que estaba en la ducha, pero debido a mi falta de movilidad, me ha parecido demasiada maniobra y he cogido el portátil que estaba más a mano para escribirlo.
Lo que ha pasado es que esa cicatriz que he estado buscando no ha existido jamás. Jamás en mis manos, pero si en la de Chema. En su pulgar derecho. Se la hizo mientras, en un viaje a Cuenca (no se si a la ida o a la vuelta) se iba chupando el dedo cuando tuvieron un pequeño accidente. Y ahí está, una marca personal para toda la vida. Una cicatriz con historia. Y tan mía es su historia que hasta había hecho mía su propia cicatriz.
Que lapsus más curioso. Que sensación más reconfortante. Me gusta sentirme parte de ti hasta el punto de llegar a sentirme confusa y descolocada mientras miro mi mano con la boca abierta. Sí que es cierto, en algún momento nos hicimos uno. “Garban” da buena fe de esto que digo. Y me resulta difícil no tararear una de nuestras canciones favoritas que dice así:

¿Dónde termina tu cuerpo y empieza el mío? 
A veces me cuesta decir. 

Siento tu calor, siento tu frío, 

me siento vacío si no estoy dentro de tí. 


¿Cuánto de esto es amor? ¿Cuánto es deseo? 

¿Se pueden, o no, separar? 

Si desde el corazón a los dedos 

no hay nada en mi cuerpo que no hagas vibrar. 


¿Qué tendrá de real 

esta locura? 

¿Quien nos asegura 

que esto es normal? 

Y no me importa contarte 

que ya perdí la mesura 

que ya colgué mi armadura en tu portal. 


Donde termina tu cuerpo y empieza el cielo 

no cabe ni un rayo de luz. 

¿Que fue que nos unió en un mismo vuelo? 

¿Los mismos anhelos? 

¿Tal vez la misma cruz? 


¿Quien tiene razón? 

¿quien está errado? 

¿Quien no habrá dudado 

de su corazón? 

Yo sólo quiero que sepas: 

no estoy aquí de visita, 

y es para ti que está escrita esta canción



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