Empezamos el viaje...

Lilypie Waiting to Adopt tickers

domingo, 20 de enero de 2013

LOLA


Cuando se acerca el final del embarazo empiezan los típicos miedos. Sobre todo a lo desconocido. ¿Cómo de fuerte será un dolor de parto? ¿Aguantaré? ¿Sabré hacerlo? Te asaltan mil dudas a la hora de conciliar el sueño y, finalmente, por mucho que intentas alargar la llegada de “ese” día, llega.


Yo siempre me imaginé un parto vaginal con muuucho dolor, pero también me imaginé empujando con valentía tal y como me habían enseñado. Ayudando a sacar a mi bebé con mis propias manos, sonriéndole a mi pareja mientras me secaba el sudor y descubrimos por fin si es un niño o una niña.


Por desgracia, la vida no es un 2+2 y las cosas no salieron tal y como imaginé. Más bien, me arriesgaría a decir, fueron al contrario.


He tenido un embarazo perfecto, de libro. Ninguna complicación, ninguna molestia. He estado más sana que nunca, y con los pies calientes!!! El bebé se encajó un mes y medio antes, dilaté, tuve contracciones, y bajé al paritorio como una campeona (agotada, pero con fuerzas para el empujón final de todo el proceso). Cuando ya creía que llegaba el momento me dicen que como el bebé no acababa de girar la cabeza seguramente necesitarán utilizar espátulas. Uff, primer cambio de cara. Seguimos esperando a ver qué pasa y su monitor empieza a tener bajadas importantes. Ves que el ginecólogo te explora y se gira a la matrona y al anestesista negando con la cabeza. Cesárea. Se me desencaja finalmente la cara.


Desde ese mismo minuto me quedé en shock. Sólo recuerdo a Chema cogiendo algo entre toallas blancas. Habíamos tenido una Lola. Subimos las dos enrolladitas en una manta y a la salida del ascensor nos esperaban 4 abuelos llorando, un (recién estrenado) padre llorando y un ginecólogo que no cambiaré por nada del mundo.


Te explican que, como vas a dar el pecho a tu hija, lo mejor es que te la pongas encima y empieces cuanto antes. Así lo haces y aquí empieza otro choque con la realidad. Lola no se coge y se llega a quedar afónica de los gritos que da. Se pone histérica cada vez. Pides consejo y cada matrona que aparece por tu habitación te cuenta una cosa diferente: tienes poco pezón, la niña no sabe succionar, sí tienes pezón, utiliza pezonera, dale un suplemento, el dolor es normal, paciencia, así no, así sí.


Además de todas estas opiniones de profesionales, están las opiniones y los silencios de las visitas. No sé qué duele más, si lo primero o lo segundo. Porque hay silencios del calibre de un cuchillo jamonero.


En cuestión de horas has pasado de estar en la recepción del hospital con tu planning mental de lo que va a pasar a tener una raja con 17 grapas (más la sutura interna), un dolor de pecho horrible, una niña desesperada y un bajón anímico de narices por culpa de la presión social que existe con ciertas cosas. Llevas 4 días ingresada en los que te han tenido que lavar porque eres incapaz de hacerlo sola. No has podido coger a tu hija en brazos porque lo más erguida que puedes estar es en un ángulo de 90 grados, no le has cambiado un solo pañal por el mismo motivo, y el pecho es un tema cada vez más doloroso (no sólo físicamente pues las llantinas que te has pegado son considerables). No puedes reírte porque te duele la cicatriz, no puedes emocionarte por el mismo motivo. ¡Emocionarte! Acabas de tener un hijo y no puedes llorar! Y encima se te culpabiliza de no tener la suficiente paciencia con el tema de la lactancia.


Para esto no te preparan.


Gracias a todo esto, las posibilidades de acabar con una depresión post-parto a tus espaldas es tremendamente elevada. Yo, por suerte, tengo una familia a la que no me cansaré nunca de dar las gracias. No me gusta hacer excepciones porque es verdad que todos se han portado de lujo y han estado muy atentos en todo momento, pero sí que es verdad que hay dos personas que han hecho que todo esto sea más llevadero. Chema y mi madre. ¿Qué haría yo sin ellos? He estado entre algodones, han estado pendientes de mi fuera la hora que fuese, me han curado, lavado, alimentado, mimado, peinado, consolado…pero sobre todo COMPRENDIDO y APOYADO, que en esta situación, no es poco.


Gracias, gracias, gracias.